Elaine Sciolino / The New York Times
VOSNE-ROMANÉE, FRANCIA. Aubert de Villaine lentamente sumergió un largo tubo de vidrio en un barril de roble y lo llenó con un raro líquido: vino Borgoña Romanée-Conti de la cosecha de 2014. Poca gente tiene acceso a este sancta sanctorum, que guarda uno de los vinos más caros y buscados del mundo. Dependiendo de la cosecha, una botella de Romanée-Conti puede venderse en 13.000 dólares o más. Cada año se producen solo de 4.500 a 6.000 botellas. Pero en una calurosa mañana de julio, en la profundidad de una fresca cava de vinos con un alto techo abovedado, De Villaine invitó al reportero y a un amigo mutuo a acompañarlo a brindar, agitar, oler, mascar y, sí, también probar su cosecha. De 76 años de edad, De Villaine estaba de humor para celebrar. Durante diez años él dirigió un proyecto de investigación y cabildeo que, finalmente, en julio persuadió a la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) para que le concediera la condición de herencia mundial a los “climats” de Borgoña, los 1.247 diminutos viñedos que constituyen las regiones vinícolas de Côte de Beaune y Côte de Nuits. “Después de tantos años de investigación, de esfuerzo y de combate, esto se siente como una regeneración, un renacimiento”, afirmó. “Y estar aquí con amigos para compartir este momento ... bueno, me da serenidad.”
Unesco también reconoció los principales viñedos, cavas y vinaterías de la región definida oficialmente como Champaña, designación que tiene mucho que ver para impedir que fabricantes de vino espumoso de otras partes usurpen el nombre de la región. El reconocimiento del mosaico de viñedos de Borgoña es mucho más importante. Los “climats” son parcelas definidas cuyos bordes se cree fueron trazados por monjes cistercienses a partir del siglo IV. Cada “climat” tiene su propia historia e identidad, con diversidad de suelos, subsuelos, formaciones rocosas y minerales. Todos usan la misma uva Pinot Noir, pero los vinos que producen varían mucho en calidad y sabor. Para cualquiera que tenga un conocimiento básico de vinos, puede ser inimaginable pensar que los reverenciados sitios vinícolas de Borgoña necesitan más reconocimiento internacional del que ya tienen. Pero la designación de Unesco le da una aprobación global a la opinión francesa de que un buen vino solo puede producirse mediante la combinación precisa de clima, geología e historia, esa cualidad inefable que llaman “terroir”. Y es una dulce reivindicación del largo esfuerzo de De Villaine por hacer que sus colegas vinícolas de Borgoña cobraran conciencia de la amenaza planteada por una industria vinícola global y, en su opinión, su incapacidad de estar a la altura de normas estrictas. “Los ‘climats’ definen el carácter único de la región vitivinícola de Borgoña”, explica De Villaine. “Son una representación excepcional del ingenio humano que debe de conservarse. Lo que es más importante para mí es que la gente de Borgoña, en especial los viticultores, se inspiren por el antiguo, precioso y único tesoro que tienen en las manos.” Desde hace mucho tiempo, los países productores de vino como Estados Unidos y Australia han considerado caduca la exaltación del concepto de “terroir” que hace Francia. Sostienen que cualquier vinicultor apto y con conocimientos, que cultive o compre las mejores uvas, es perfectamente capaz de hacer los mejores vinos. De Villaine, cuya familia posee la mitad del dominio de Romanée-Conti, desempeñó un papel de apoyo en este feroz debate. En 1976, él fue uno de los nueve jueces en la célebre degustación a ciegas organizada en París por Steven Spurrier, un joven británico comerciante de vinos que enfrentó los vinos de California con los franceses.
Para escándalo de los franceses, los californianos ganaron. El evento significó el principio del fin del dominio francés y el inicio de la democratización del vino. En 2006, George M. Taber, corresponsal de la revista Time y único periodista presente en la degustación, convirtió el relato en un libro: “El juicio de París; California contra Francia y la histórica degustación en París en 1976 que revolucionó el vino”. Tres años después se hizo una versión ficticia del evento en la película “Bottle Shock”. “Allá en Borgoña fui considerado traidor”, señaló De Villaine. “Pero yo tenía razón. En los años setenta, los franceses pensábamos que reinábamos supremos en el mundo del vino. Pero muchos de nuestros vinos se habían vuelto mediocres. Este evento nos dio la patada que necesitábamos para reaccionar.”
La designación de la Unesco trae beneficios adicionales a la región: el reconocimiento de la antigua ciudad amurallada de Beaune (considerada la capital vinícola de Borgoña), así como el centro histórico de Dijon y las aldeas vinícolas de Borgoña. También significa la protección geográfica y arquitectónica y más financiamiento francés y europeo para la preservación de sitios históricos. También, el plan de construir un centro cultural dedicado a los “climats” de Beaune.
La historia de la familia con el dominio de Romanée-Conti, que comprende varios “climats”, data de siete generaciones. Entre sus “climats” no están solo las 1.8 hectáreas de Romanée-Conti, sino también La Tâche, Richebourg, Romanée-St.-Vivant, Échezeaux, Grands-Échezeaux, Corton y Montrachet. Para obtener el reconocimiento de los viñedos de la región, De Villaine encabezó una asociación que reunió a un grupo de 30 especialistas, publicó un expediente científico e histórico de 600 páginas y un libro, en inglés y francés, como mapas y fotografías a color titulado “Los ‘climats’ de Borgoña”.
Él está listo para tomarse un descanso. A falta de heredero directo, designó como uno de los dos gerentes generales del dominio a su sobrino como sucesor para cuando él se retire. Se desprenderá también de su papel de presidente de la asociación a fin de año; otros vinateros y funcionarios locales asumirán la dirección para promover los “climats”.
Mientras tanto, esta campaña tiene su abanderado en París: Les Climats, un restaurante decorado en estilo art nouveau que se inauguró hace dos años y recibió su primera estrella de la guía Michelin en febrero. Su lista de vino solo contiene Borgoñas, cuyo precio va de 18.75 dólares a más de 8.800.
“Me enamoré del vino de Borgoña la primera vez que lo probé”, afirma la propietaria Carole Colin. “Fue un momento de éxtasis. Supe que tenía que compartir ese éxtasis con el mundo.” La lista de vinos, de hecho, es un libro de 221 páginas con fotos de los productores de vino y mapas del mosaico de “climats” identificados por color. “La mayoría de nuestros clientes no tienen ni idea de lo que es un ‘climat’”, afirma Colin. “Siempre preguntan que si es como el clima. Gracias a la Unesco, serán famosos en todo el mundo. Después de todo, la palabra más importante en Borgoña y para los amantes de sus vinos es ‘climat’.”